lunes, 30 de marzo de 2009

Usted y la contaminación sonora

Escena: Es sábado de tarde. Hace calor. La calle está en silencio. Usted está en la calle. Otra persona está con usted en la calle. Es un amigo que se encontró y hace tiempo no veía. Están conversando apaciblemente, disfrutando del encuentro. El mate va amigablemente de mano en mano. Están chusmeando de lo lindo. En eso un sonido comienza a perturbar la comunicación. Viene de lejos el sonido. Tan de lejos como una moto que aparece en la visión a dos cuadras. El ruido aumenta. La conversación se corta. La moto está a una cuadra todavía. Su sonido es insoportable. Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Con su amigo se miran y miran al conductor de la motito. Vista de cerca ya no es una moto, es una motito de morondanga. Brrrrrrrrrrrrrrrr. Brrrrrrrrrrrrrrrrrrr. El sonido le daña los oídos. Mientras comienza a odiar al conductor se imagina lo sordo que debe estar el infeliz ese. Brrrrrrrrr. Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. La motito continúa calle arriba y la intensidad del ruido que emite el rodado empieza a disminuir. Bueno, en realidad no disminuye. Tan solo se aleja y se escucha menos porque está más lejos, pero no disminuye. De eso pueden dar constancia los vecinos que están dos cuadras más arriba. Usted y su amigo aún siguen sin retomar la conversación. El ruido es demasiado aún. La motito se sigue alejando.

Cuando está a cien metros, usted saca la bazuca portátil que lleva en la matera. Es ideal para este tipo de ocasiones. Lo apoya sobre el hombro y apunta al motociclista que se aleja. Sabe que un tiro certero levantará aplausos entre el vecindario. Los hurras le colmarán su ego. Se sentirá Robin Hood, Artigas o aquel ignoto defensa semiprofesional que levanta de un patadón a un delantero que le acaba de hacer un cañito, violando la ley no escrita del fútbol que dice que cuando se va ganando no se puede tirar un cañito.

Se deja de pensar huevadas porque el vehículo continúa alejándose. Cierra un ojo para afinar la puntería y dispara. El bazucazo viaja raudo y le pega de lleno al conductor. El barrio explota en aplausos y el conductor en pequeños trozos de carne chamuscada. Usted es un héroe. Los ancianos defienden la justicia por mano propia. Los niños le piden la bazuca para tirarse entre ellos. Usted duda. No se los da. Una jovenzuela se acerca, le dice algo al oído y le da un papelito con un número telefónico. Vuelve a abrir la matera y guarda la bazuca. El teléfono de la nami se lo lleva al bolsillo del pantalón. Se despide de su amigo y arranca tranquilo para su casa, a darse una ducha y perfumarse porque tiene una cita. Va muy orondo, sabiendo que es un justiciero de buena ley.

En eso una vecina educadora social intercepta su camino y le dice que obró incorrectamente. Le responde “sí, mamá” y continúa su andar. Entonces se va imaginando otra posible solución al tema. Se imagina sacando el celular y llamando a la intendencia a denunciar al motociclista por ruidos molestos. Usted se había tomado la molestia de memorizar la matrícula. Nadie atiende del otro lado. Deja un mensaje en un contestador automático. Luego llama a la policía. Llama varias veces. Le responden que no tienen personal para atender el caso. Entonces llama a los bomberos. Llama varias veces. Le responden que no es un tema de su incumbencia. Por último decide llamar a una radio para denunciar el hecho. No le queda saldo suficiente para hacer la llamada. Caliente con la situación, se despide de su amigo y se mete en un bar a beber, mientras la motito sigue incordiando gente.

Piensa en su vecina educadora social. Sin volver la cabeza, usted se hunde en la pendiente de la calle. Lo miran. Lo están viendo. Usted no dice adiós a sus vecinos. Ellos no se lo creerían. Confían en su bazuca justiciera. Usted les será muy necesario. Cada vez que los motociclistas les lastimen los oídos y los mortifiquen. Cada vez que esos vejigas pasen aturdiendo al vecindario, usted les hará falta. Usted y su bazuca, el mejor remedio para las ruidosas motitos de mierda.   

jueves, 26 de marzo de 2009

¡Aguanten, ché!

Es jodido volver al ritmo frenético de la ciudad. Una locura. Una verdadera locura si uno lo piensa bien. Se terminó la joda. Las ocho horas, si es que no toca trabajar más de lo previsto.

El ómnibus por la mañana. Esas caras. Esas viejas. Esas caras viejas. Las blancas palomitas. Los niños vándalos revoltosos con sus mochilas y su falta de modales que mirá si antes cuando éramos gurises íbamos a sentarnos nosotros en lugar de dejarle el asiento a los mayores. Luego las estampitas. Las medias tres por cincuenta. Algún pseudo hippie desafinando. Las estampitas. Los candes a 10 la bolsita y cuando te comés el primero te das cuenta que está viejo y asumís que te cagaron con los caramelos rosados. Los celulares que no paran de superarse con sus músicas y ringtones. Somoz sinco ermanos i no kiero tenher ce salir a rovar ací ke grasiaz por sua yuda. Esas caras. Esas caras viejas. Encima después llegar al trabajo. Semidormido. Ver cómo el que sale de la cocina se lleva siempre lo último que queda de café y uno como un gil pone una cafetera de la cual no va a tomar nada porque cuando vuelva a los diez minutos ya se evaporó su contenido y nadie te dice mirá tomá un poco del mío. Y los compañeros de trabajo hinchando otra vez con lo que dieron anoche en la tele. Que el baño del caño, la casa de gran hermano, don francisco, el toto, la tota, gorzy, sonsol, kessman, pepe, danilo, marcos, obdulio, susana, el indio trolo, si fue órsei o no, si lo echan de la casa o no, si se refregó bien el caño por las partes. Comer en un taper los fideos recalentados y recalentarse comiendo los fideos recalentados en un taper para no perder el tiempo en conseguir un plato y lavar un plato y buscar un tenedor y lavar un tenedor. Seguir con el estómago lleno, apurado porque salga el trabajo en hora. De a ratos acordarse de ese trámite que hay que hacer un día en la hora del almuerzo salteándose el almuerzo. Que iba a ir ayer. Que iba a ir hoy. Que si me dan las bolas voy mañana. Pasar el resto de la tarde. Soportar al jefe o al compañero: al llenahuevos en su máxima expresión que nos tocó en suerte. Porque siempre hay uno a pocos metros. Siempre. Viene en la letra chica. Al igual que la posibilidad de unos minutos extras a beneficio de la empresa. Todo viene en la letra chica. O debería. O no, porque ya se sabe. Se tiene que suponer. Se da por sobreentendido. El ómnibus. La cafetera vacía. La temática. El taper. El trámite. La retirada. El ómnibus. La cafetera vacía. La temática. El microondas. El trámite. La retirada.  

Pero lo peor es que esto recién empieza. Que enero y febrero se fueron volando y nos dejaron este marzo tan inoportuno como todos los marzos. Recién arranca el año. Palo y palo. Encima año electoral. Mamita querida lo que nos espera. Pero siempre hay una luz. Una esperanza. Así que a mirar la mitad del vaso lleno. ¡Aguanten ché, que falta poco! Unas semanitas y estamos en Turismo. Santo Turismo. Las termas. El termo. Mientras tanto nada de apurarse, que no por mucho madrugar amanece más temprano.   

martes, 24 de marzo de 2009

El Nabito

-¡Hola Lito! ¿Ha visto al nabito?

-Estaba acá, pero vino el Tito Brito con su voz de pito y le gritó de súbito. El nabito se asustó y vomitó. Estaba comiendo un pescado exquisito y le quitó el apetito.

-¡Qué chorlito el Tito! Si sabe que al nabito con un grito…

-Por eso.

-¿Y también se fue el Tito?

-Si. Lo llamó el parásito de Agapito para contarle cómo le fue anoche.

-Ese maldito hábito de Agapito. Es como un rito. Con la tarjeta de crédito compra una película de sexo explícito y luego en cualquier hotel inhóspito tiene un bonito coito con la hija de don Benito, el dueño de bar El Palafito, sito en la calle Hipólito Irigoyen, pegado al depósito de papel sulfito.

-No se lo permito. Se extralimitó. Eso no lo admito.

-Pregúntele al nabito, si con esto que repito le genero descrédito. Yo me limito a contar lo se dice por ahí del famoso Agapito, famoso por su pito, indómito hasta saciar el apetito de la chica más necesitada.

-Lo del pito de Agapito es puro mito. Es un invento propio para tener éxito, y mire que si le dará rédito… la hija de don Benito.

-No la nombre que me excito y palpito acelerado.

-Mejor no emito cometario.

-Pero lo de Agapito, por lo que me ha descrito el nabito no está escrito. Tiene tremebundo pito. Un hito en la historia local.

-No repito lo que no se.

-El otro día al final se quitó de encima el séquito de secos que lo seguía de cerca a los saltos, pero mire que ejercitó las piernas para escaparse.

-Seré solícito. Me limito si no he visto nada. Y le solicito que por prurito usted también.

-Le cito lo que dicen que dijo la hija de don Benito la primera vez que le vio el pito: “¡Dios bendito! ¡Dios bendito! ¡Cómo me excito! ¡Me derrito! ¡Levito! Me despido del hábito de monja, del púlpito y living la vida loca”.

-¡Por favor, más respeto! ¿Ha capito?

 -He capito. Sorry, amico.

-Cambiemos de tema. ¿Usted no querrá una tarjeta de débito patrocinada por Cambio Zito? Yo se la tramito.

-No piense que lo evito, pero a todo esto medito: ¡Necesito ver al nabito!

-Le repito que vino El Tito Brito y con un grito le produjo vómito. No explicitó, pero capaz que se fue a lo de Fito.

-¿Barán o Medrick?

-Uno bastante erudito, que habla sánscrito.

-Es que tengo un pálpito con el nabito. ¿Se lo recito? ¿Cito lo que he escrito? Soñé que lo decapito.

-¡Qué maldito! ¿Al pobre nabito decapitó? ¡Sueñe de nuevo!

-Tiene razón, pero estaba durmiendo y ahí no controlo.

-Es inaudito.

-E inédito.

-Además de írrito y sin ningún mérito.

-¡Fue un sueño! ¿Qué quiere, benemérito?

-Yo cuando estoy con Morfeo a veces me excito, a veces tengo éxito, una vez estaba en el Perito Moreno, otra subido a un aerolito, charlando con el finado Hiroito, jugando al fútbol con Milito en Villa Fiorito –el que militó en el Zaragoza-, incluso en un parque de Quito, un ámbito algo insólito para mí.

-Todo bien, no es por cortarlo, pero me remito a lo que soñé, que decapito al nabito. Tengo un mal pálpito y eso no es muy bonito.

-¿Sabía que fue niño expósito?

-Sí. Además hizo el Ejército, pero como militó lo rajaron y después trabajó en Tránsito, porque no le pidieron ningún requisito.

-A propósito, lo invito a comer pollo frito mientras espero al nabito.

-Con el hambre que tengo me lo fagocito.

-¿A él o a su pito?

-Omito responder. Me irritó. Este diálogo ha finito. Me voy.

-¡Epa! Mire que sueño que lo decapito o llamo a Agapito, al famoso Agapito.

-Chau, me fui, no lo soporto. Déjele saludos al nabito de mis partes.

-Se lo transmito.

 

(Mutis Lito)