Maneras de pasar a
la posteridad hay muchas. Ser el primero en pisar la Luna. Hacerle un gol en la
hora al América de Cali. Matar a John Lennon. Escribir Don Quijote de la
Mancha. Cortarle el pene a tu marido. Tirarle un zapato a George Bush. Que
bauticen una calle con tu nombre.
La enumeración
puede ser tan extensa y variada como pudridora, así que por acá nos quedamos.
Motivos hay miles. Unos más validos que otros. Unos más presentables que otros.
Pero el resultado es similar: todas esas personas permanecen en el recuerdo del
resto de sus congéneres.
Algunos nombres se
pierden, también es cierto. Por ejemplo el del periodista iraquí que le tiró
con sus zapatos al presidente yanqui nombrado anteriormente y le erró. Una
verdadera pena.
Otras personas
tienen la suerte de pasar a la posteridad gracias a su nombre. A su sonoridad,
por ejemplo. O a su similitud con algún otro vocablo. Gente que si no fuera por
el gran traste de tener el nombre que les tocó, nadie se acordaría de ellos o
casi. Esa suerte les valió pasar a integrar el lenguaje cotidiano, lo que no es
poco. Por mucho menos más de uno hubiera pagado varios billetes.
Incluso buena parte
de quienes tienen esta suerte quizás nunca se enteraron de su suerte. Así que
acá van varios ejemplos (por si de pudo pero se topan con esta página). Un
listado inconcluso y antojadizo que seguramente podría continuar en sus ratos
libres algún miembro honorario de la Academia Nacional de Letras y publicarlo
en la revista correspondiente.
En una primera
categoría que es la de hoy, en virtud de estar en un país tan futbolero como el
del propio campeón de América, vamos a citar a varios futbolistas que no fueron
citados por Tabárez. Vamos a citar un puñado de footballers players ya retirados, no sin antes pedir disculpas por
el chiste previo que deja bastante que desear.
Primero dos
rioplatenses que vienen de la mano: Ricardo Enrique Bochini y Walter Pelletti.
Bochini… bocha. Peletti… pelado. Se entiende fácil el concepto. Además el
propio Bochini era Bochini, así que la idea se reafirmaba en el portador del
nombre.
Hagamos un
paréntesis acá. Una pausa para referirnos a esa simpática manía –aunque en
ocasiones malamente desgastada- de inventar apellidos con desinencia italiana.
Vayan Trolombatti y Cornichelli como dos buenos ejemplos. Aunque
también hay algunos verdaderos que se dejan usar, como Paganini –por pagar-, en ocasiones citándose a la firma local
Paganini Rossi.
Volviendo al
balompié, es decir al fóbal, también tenemos al expapal y exaurinegro Sergio Panzardo. Barbado, alto y flaco,
contradictoriamente su apellido ahora sirve para referirse a las personas de
prominente abdomen. Verbigracia para el caso, dicha de un mal amigo hacia otro
pasadito de kilos: ¡Miren quién entró a la cancha! ¡Sergio Panzardo!
Un conocido tricolor
que dicen que anda por los EEUU. El Chango
José Luis Pintos Saldanha, cuyo apodo coincide con una forma despectiva de
referirse a las mujeres que trabajan en la calle en formato empresa unipersonal
de esquina o simplemente mujeres que no son muy agraciadas o incluso ambas
cosas a la vez y ahí la tarifa debería ser menos aunque depende de la hora.
Después tenemos al
extinto player colombiano Albeiro Palomo
Usuriaga, por aquello de llamar paloma a quien a vista de todos es un
perejil de proporciones, alguien medio
quedi como se suele decir a veces.
También podemos
citar aquí al camerunés Ciril Makanaky,
que disputó el recordado partido inicial de Italia `90 cuando el sorprendente
seleccionado africano –muchas gracias- venció 1 a 0 a la Argentina de Diego
Armando. ¡Qué Makanaky! –dijo alguien- y desde entonces quedó la expresión
susodicha.
Por último
recordamos en este espacio a Osvaldo, oriundo del futbolístico terruño
darsenero. Que no es nada del gaucho pantanoso Fabián aunque comparten el
apellido. ¿Y qué Osvaldo va a ser? Obvio, Canobbio.
Y ta. La dejamos
por acá. ¿Pero esto es todo? Ni ayrton,
que conste.