domingo, 29 de noviembre de 2009

Comerciante de alma

Soy un comerciante con visión de empresa. Para decirlo en lenguaje surfista, agarro la ola cuando recién se está armando y si veo que está por reventar me cambio a otra más nuevita.
Así fue como me inicié con una pequeña despensa a principios de los años ochenta. Luego vi que la mano venía de variar el rubro y arranqué para los cumpleaños infantiles. Fueron tiempos de prosperidad, con mi pequeño cine y mis trucos de magia. También hacía un plus con las bolsas de sorpresitas y la piñata. Cuando incorporé sesión de títeres aquello era el summum. Pero la competencia fue feroz. Siempre ocurre igual. Tuve que empezar a bajar los costos. Todo se terminó una tarde al incendiarse el reproductor de cine, el escenario de los títeres, la piñata y el niño del cumpleaños. Ahí perdí mi capital y mi prestigio. Tuve que buscar un nuevo rumbo empresarial.
Por suerte mi buen ojo no me impidió ver lo que se venía, así que alquilé un local y puse un lavadero. El negocio fue un éxito durante un par de años, hasta que la Chola, una vecina, abrió el séptimo lavadero en tres cuadras y con precios muy bajos nos rompió el tuje a todos.
Visionario como era, tenía pensada la próxima jugada. Fue arriesgado, porque el barrio nunca se caracterizó por poseer tecnología de punta. De todas formas me animé y abrí un videoclub con cuponeras a precio módico por 48 horas, sin cobrar recargo si devolvían la cinta con retraso. A los adolescentes y a los viejos verde les daba las porno al mismo precio y en una cajita de Rambo, para no escracharlos.
Cuando la Chola abrió su videoclub le empecé a agarrar cierta manía. Ella iba siempre a lo seguro. Llegaba con precios bajos cuando el mercado estaba saturado, así que nos mataba a los que ya estábamos instalados. Dicen las malas lenguas que sus negocios eran una fachada para la venta de estupefacientes al menudeo, y para peor cortados.
Como tenía un capital bien ganado me tiré al agua. Me mandé a la cancha. “Paddle Mario, el paddle del barrio”, era el eslógan. Este emprendimiento duró más bien poquito. Al año y medio tenía un promedio de siete cuarentones esguinzados por semana y una fractura de tobillo cada 23 días.
A pesar del traspié me di cuenta que el negocio estaba en el deporte, así que transformé la cancha de paddle en una de fútbol cinco. Entonces la vida me sonreía. Era una de las seis canchas que había en toda la ciudad. Los fines de semana los jovenes acudían en masa a jugar balompié y recuperar lo sudado a base de cerveza fría y prepizzas hechas en microondas.
Cuando vi que la ciudad tenía más canchas de fútbol cinco que supermercados me di cuenta que en cualquier momento el esplendor se alejaría. Era una clara señal de que debía cambiarme de ola. La Chola estaba averiguando precios para comprar césped artificial, así que llegamos a un acuerdo y le vendí el mío por una cifra razonable.
El siguiente negocio comenzó muy bien. Con cuatro mangos me compré una sillita para sentarme en el portón de ingreso, me acondicioné un cuartito donde estaban los vestuarios y pinté con grandes letras en la pared del fondo: “La casa no se responsabiliza en caso de robo o incendio”. Resultó muy oportuno, porque meses después, la noche de fin de año, una cañita voladora mal dirigida encendió la mecha. Ni uno de los autos se salvó, así que me quedé sin clientes reales y potenciales.
Pero como buen emprendedor siempre tenía alguna idea en mente. Ante el asombro de mi socia involuntaria y esposa por no tomar las precauciones debidas, volví a los cumpleaños infantiles. “Happy Mario” pinté en el frente del local con letras multicolores.
El precio incluye payasos, castillo inflable, pelotero, algodón de azúcar, panchos hervidos (la mayonesa se cobra aparte) y pizza precocida. Si el cliente es comodín ponemos la bebida, la torta, las sorpresitas y somos los que arrancamos a cantar el feliz cumpleaños. Todo en tres horas a precio módico. Por ahora funciona, pero ya abrieron un par más de locales de fiestas infantiles en la cuadra, y la Chola anda con cara pensativa. Por las dudas ya tengo medido el siguiente paso: delivery de tortas fritas los días de lluvia.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Hasta luego

Este humilde escribiente, siguiendo los pasos voluntarios de Walt Disney y los involuntarios de Fry, el personaje central de Futurama (una serie que al igual que Max Headroom fue injustamente ignorada) declaro, que en virtud de mi incapacidad de seguir viendo lo que hay que ver, he decidido contratar el servicio de criogénesis que encontré entre los spams de mi casilla de correo electrónico la semana pasada. Siempre reviso el spam; nunca se sabe. Entre tanta basura algo siempre se rescata. Cuando no es un curso a distancia, es una pastilla de viagra o un ofrecimiento de compra de órganos. De hecho gracias al spam logré el canje. Doy un riñón, el ojo izquierdo, dono un poco de semen, dos litritos de sangre y me criogenizan gratis. Recomiendo revisar el spam de vez en cuando. Es como una feria de Piedras Blancas electrónica. También por el spam conseguí novia. Una rusa rubia y delgada que cuando se apersonó en casa después de girarle 4.000 dólares para el pasaje resultó ser un viejo chino descarnado con pasaporte falso y problemas de próstata.
Yendo ahora al motivo de esta decisión, si es que hace falta, todo parte de una realidad incuestionable. Sabemos que tenemos esta vida. Si hay alguna otra, está en veremos. Y por lo pronto, para ver lo que hay que ver, mejor espero un cacho que apuro no hay ninguno. ¿Qué necesidad de soportar el nivel ramplón de la campaña electoral, del fútbol uruguayo, de la televisión abierta y del chusmerío barato? ¿Para qué tener que sufrir el agujero de la capa de ozono justo nosotros? ¿Por qué es prácticamente imposible ir por la vida sin conocer a Wanda Nara y tanta otra figurita al santo pedo que anda suelta? ¿En dónde está escrito que hay que soportar a Flores Silva saliendo al ruedo a decir boludeces o a García Pintos con su eterna cantarola?
Debería ser tarambana mucho para desaprovechar el canje que me ofrecer para criogenizarme. Luego de la era del hielo particular puedo sacarme un millón de dudas que me acosan. Por ejemplo saber si era para tanto el tema del cambio climático, si con la subida del nivel del mar nos quedamos sin Cabo Polonio, si se legaliza la maría, si Tabaré se presenta a la reelección, si algún día le ponen otro nombre a 18 de Julio, si finalmente existe un estado palestino, si se confirma que tomar vino y comer sandía es mala junta, si Peñarol vuelve a salir campeón uruguayo o termina en la B enfrentando a Boston River y Coraceros. Otrosí, por no hablar de la posibilidad de hacer turismo interplanetario o pasarse un fin de semana acampando en un cráter lunar.
Aunque, aunque, aunque, aunque... También existe otra posibilidad: criogenizarse por períodos. O sea de a ratos. Que me descongelen de tanto en tanto a principios de diciembre, cuando empieza a sentirse el olorcito a fin de año, para aprovechar los días lindos del verano, ver un poco de carnaval y disfrutar hasta que termine la Semana de Turismo. O cuando se haga en Uruguay el mundial del 2030. O cuando la IASA esté por coronarse campeón de algo, que si el planeta dura bastante algún día quién te dice. O cuando vengan los marcianos, que esa no quiero perdérmela. Por favor. En serio lo digo. Si llegan los marcianos, descongélenme.
En fin, hombres y mujeres del futuro. Ustedes vean. Prendan la estufa un día que prometa y haya solcito, pero teniendo en cuenta todo lo antedicho. ¿Entiénden lo que les digo, no? ¿Ya se impuso el spanglish o el new esperanto?
Chaucito, hombres y mujeres del presente. Disfruten la estadía. Dejen escrito por algún lado si le ganamos el repechaje a Costa Rica, que me tiene angustiado. Parece mentira. Yo no sé cómo salieron; ustedes sí. Saludos a todos los que me conocen. Y muchas gracias a los profesores que cedieron las horas.

D.S.R.G.
Montevideo, 14 de noviembre de 2009.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Cling

-Hola. Me voy a presentar. Como todos ustedes podrán ver soy un poroto. ¿Se anota no? Paso a contarles cuál es mi problema. No me quejo de ser poroto, está todo bien, pero la verdad lo que más me gusta es ser punto en el truco. Eso es mucho más vida que estar esperando formar parte de un guiso. Cuando voy a algún partido siempre conozco alguna chapita doblada que es buena gente, por no decir lo que me divierto viendo como mienten los jugadores. Pero después cuando vuelvo a la bolsa de los porotos tengo que soportar las cargadas de los demás, que dicen que soy un gil, que todos me agarran de punto. Y aunque intento hacerme el que eso no me molesta, lo cierto es que resulta difícil vivir a diario con tanto contrera al lado. Por eso me decidí a venir al grupo, para ver si con la ayuda de otros que tuvieran problemáticas similares podía sobrellevarlo mejor.
-Gracias poroto. ¿Quién más quiere contar su problema? No se hagan rogar. Miren que van a tener que hablar todos.
-Hola. Voy a contar mi caso. Yo soy un buzo de algodón made in India. Mi problema es que a pesar de que cuando tengo que abrigar, abrigo, en sí lo que más felicidad me da en la vida es ser palo de picadito de fútbol. Me encantar estar en contacto con la madre naturaleza y ser palo. Cuando estoy ahí, escuchando que si pasó adentro o afuera, siento que ese es mi lugar en el mundo. Pero me sucede algo similar a lo que acaba de contar el amigo poroto. Después de nochecita regreso al ropero y todos me critican. Me dicen que soy un nabo porque no me hago respetar y dejo que cualquiera me pise o me mueva para achicar o agrandar el arco. Pero los giles son ellos, que están todo el día ahí, dobladitos, esperando que los agarren para dar una vuelta de mierda la puta que los parió.
-Bueno buzito... No te sulfures. Controlate. ¿Quién más quiere hablar?
-Hola. La verdad me hace bien sentir vuestros testimonios, pues veo que no estoy sola en este mundo tan obtuso. Lo que me ocurre es que a pesar de ser una botella de Fanta, mis colegas no entienden que nací para la música. Siempre que puedo me apunto de rasca rasca en cualquier bailongo que se arme. Después al regresar al casillero me tratan de atorranta. Dicen que cualquiera me toquetea o que me meten mano a lo loco. Yo les digo que ser rasca rasca es eso, pero no entienden. Sufro mucho ese destrato. He llorado por tanta incomprensión, pero por más que les hablo y les intento explicar, siempre estamos en la misma. Ojalá un día las demás botellas comprendan lo importante que es la música para mí y me aceptaran tal como soy.
-¿Taponcito? Sólo faltas tú. Vamos... es tu turno.
-Esteeee. A mí me da un poco de cosa. Veo que todos tenemos problemas parecidos, pero lo que a mí me gusta no se si es tan copado como lo que ustedes vienen contando. El punto es que alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Como verán soy un tapón de lapicera. Un simple y humilde tapón de lapicera, con la diferencia de que a mí lo que más me satisface es sacar cera de los oídos. Por eso me llevo bastante mal con los cotonetes, que son una reverenda cagada. Pregúntenle a cualquier otorrinolaringólogo. Además me gusta que me chupen y que perciban ese gustito salado, o que hagan pelotitas de cera a manera de amansalocos, que juegen con ellas y después se las coman, con el saborcito que le da el sudor de la mano.
-Tanto detalle no es necesario.
-El punto es que también sufro el rechazo de mis semejantes. Cuando vuelvo al portalápices debo soportar las miradas inquisidoras de la gilada y algún que otro comentario. Yo no me como ninguna. Pero aunque no quiera, todo eso me influye y me pone de muy mal humor. Ya me agarré a trompadas con varias lapiceras y con un faber castell trucho. Pero no hay con qué darle, cuesta convivir con el rechazo ajeno, aún en el error.
-¡Cling!
-¿Qué fue eso: clink caja o el ring del reloj?
-Clink y ring. Dejen el sobre con los honorarios. Pórtense bien. Nos vemos la semana próxima.

martes, 17 de noviembre de 2009

Cuando el agua llega a las partes

El verano, cuando viene acompañado de vacaciones, cuando estas vienen acompañadas de playa, cuando esta viene acompañada de baños marinos, nos enfrenta siempre a lo mismo. En este mundo en que estamos tan acostumbrados a las comodidades y tan acomodados a las posibilidades, hay un momento frío en que la naturaleza nos empequeñece y muestra cuán indomable es.
Rocha. Una tarde soleada. El ómnibus llegó al balneario escogido para veranear hace una hora y poco más. Lo de siempre: dejar el equipaje en la casa o carpa –a según la economía del susodicho- y derechito a ver cómo está la playa para confirmar si concuerda con la publicidad que nos hicieron o con los recuerdos congelados de años atrás.
Primera visión: satisfactoria. Las veraneantes están cada vez más buenas. Segunda visión: insatisfactoria. De tanta gente la playa parece Pocitos en la previa a la Noche de las luces. Tercera visión: satisfactoria. Las olas oceánicas están como las veraneantes. Cuarta visión: insatisfactoria. El viento intenso que agita la bandera amarilla pronostica una cierta masticación de arena y nos recuerda que aunque haya sol puede ponerse más frío de lo deseado.
Entonces el veraneante susodicho, proveniente de un hogar urbano con agua caliente a piacere, avanza por la fina arena contento de haber traído lentes negros y disconforme por haberse olvidado de un buzo de manga larga.
El plan es el de siempre: un cuarto de hora calentando el cuerpo al sol y luego a bañarse para inaugurar la temporada. En esos quince minutos: un par de mates y jugar un poco con la arena dejándola caer del puño entrecerrado cual reloj de ídem. Cuando pasa el tiempo suficiente, con el cuerpo caliente, tal vez ardiente, el susodicho se para como buen ser bípedo que es y enfila hacia el mar. Se acomoda el short a la altura precisa. Se sacude un poco de arena de la espalda. Mueve las piernas para indicar que va a empezar a caminar. A veces se masajea las pantorrillas o los muslos. Gira la cabeza y se despide de su compañía. –Me voy a bañar-, dice, como si las 30 personas que están en un radio de cinco metros no se hubieran dado cuenta. En eso escucha una respuesta: -¡Ojo no esté muy fría!-.
-¿A papá con agua fría? ¡Yo me baño en el polo igual!-, contraresta el varón mientras comienza a andar hacia el agua.
A medida que avanza los recuerdos se van descongelando, y más se descongelan aún cuando apoya una planta de pie en la arena mojada de la orilla, en los restos de las olas que llegan más lejos. Entonces empieza a recordar que a veces, es cierto, el agua está fría. Y él todo el año estuvo regulando la canilla de agua caliente para ducharse sin helarse en lo más mínimo. Incluso hoy de mañana, día caluroso de enero, antes de arrancar para Tres Cruces. Pero tá, en la cancha se ven los pingos. ¿En la cancha? ¿Los pingos no se ven en el hipódromo? ¿O es una crítica poco sutil al futbolista compatriota?
El agua a la altura de la pantorrilla es llevadera. Es momento ideal para darse vuelta a saludar y demostrar que todo está en orden. Mano en alto y el grito que no se escucha a 50 metros, aunque más o menos se deduce: - ¡Eeeeeeeeeehhh. Estoy acá, todo controlado!-.
A la altura de la rodilla el agua es una papa. Un poco más y alcanza el muslo. Ningún problema. Pero el cuerpo no es gil, tiene memoria. Las olas no ayudan a mantener el control de la situación. La inmersión llegará cuando ellas quieran. El agua sube y moja el short (si es bermuda está mojada desde unos centímetros antes). Los brazos se tensan. Al abdomen se contrae. Los dientes se aprietan. ¡Y mejor que nadie esté mirando de frente semejante cara de guapo!
Ahí surgen tres opciones: zambullirse de pico, flexionar las piernas para terminar con la agonía o dudar hasta que las olas mojen las partes. Normalmente ocurre lo último y luego por reflejo una de las otras dos opciones. Meditación urgente para ver qué se hace. Un tiempo para recordar experiencias pasadas que orienten la decisión. El agua casi casi tocando el pirulín.
-El agua de Rocha está fría de cagarse-, reconoce el cerebro al resto de sus colegas miembros del cuerpo.
-¡Como siempre, vejiga!-, le contesta asustada la bolsa de los testículos.
En eso llega la ola inesperada. El agua supera la cintura. El frío se siente. El que piensa pierde. Luego el reflejo y el susodicho se zambulle de cabeza hacia delante. Entonces, confiado el susodicho de que a 60 metros no se distinguen los gestos de la cara, mano en alto gira hacia la arena y grita, y el grito que no se escucha, aunque más o menos se deduce: -¡La puta que lo parió! ¡Agua de mierda!

sábado, 14 de noviembre de 2009

Muere el inventor de la banana con dulce de leche

Atanasio De Souza pudo haber amasado una fortuna, pero su bonhomía fue un freno en tal sentido. Inventor de la tradicional banana con dulce de leche, De Souza nunca quiso explotar comercialmente su creación, al punto que rechazó una oferta de una empresa multinacional que en la década de 1960 quiso comprarle la idea y patentarla para explotarla a nivel industrial. Según repiten los artiguenses, la oferta habría sido de 4.000.000 de dólares.
En la madrugada del jueves último pasado la muerte sorprendió a De Souza mientras éste pernoctaba plácidamente en la cama de toda la vida, en su Artigas natal. Según su viuda, Eulogia Fontana, "él se acostó como siempre, mamadito, y el señor se lo llevó sin que él se diera cuenta".
De Souza falleció a los 83 años, luego de haber trabajado toda su vida como carpintero autónomo y llevado una existencia sin mayores sobresaltos. Nunca se alejó más de 200 ó 300 kilómetros de su lugar de nacimiento. No se destacó en los estudios ni en la canchita de fútbol del barrio. No ocupó ningún cargo importante ni se sacó la lotería. Sin embargo, a escasos días de su deceso la Intendencia ya recibió un pedido para darle su nombre a una calle de la localidad. ¿Cuál fue el mérito realizado para que esto ocurriera? Simplemente mezclar sus raíces. De padre brasileño y madre uruguaya, Atanasio se aficionó de niño a comer juntos dos productos típicos que siempre hubo en su casa: bananas provenientes del vecino país norteño y dulce de leche oriental.
"Él siempre dijo que no se acordaba bien de cuándo comió banana con dulce de leche por primera vez. Decía que desde que tenía memoria, y que aunque a sus padres les parecía una chanchada nunca se lo prohibieron", cuenta la viuda Fontana. De hecho esa extraña mezcla solía ser su merienda en los recreos de la escuela, donde lentamente comenzó a gustarle a otros niños y a partir de ellos a sus familias y a la ciudad toda, para luego alcanzar el país entero.
Mercedes, su hija menor, recuerda entre lágrimas "cuando el viejo agarraba una banana, le metía tres o cuatro cucharas soperas de dulce de leche casero hecho por mamá y me la daba de postre. Era un manjar. Su creación fue tan exitosa que la gente venía a felicitarlo y pedirle consejos. Tenía una cantidad de ahijados y dicen las malas lenguas que más de una mujerzuela del barrio le arrastraba el ala".
De hecho Atanasio se hizo fama de mujeriego gracias a su invento culinario. Juan Pedreira es vecino desde siempre. Creció viendo a De Souza recorriendo el barrio. "El viejo era terrible. Su frase de cabecera era: "todo bicho que camina va a parar al asador" y la seguía al pie de la letra. De hecho creo que yo soy hijo de él. Aunque mamá no termina de reconocerlo, siempre me dijeron que tenía las mismas orejas que el viejo y que más de una vez lo vieron entrar al rancho por la ventana".
La vida de De Souza fue simple: alguna que otra canita tirada al aire según dicen las malas lenguas, un postre inventado que le trajo un poco de suerte y el rechazó a una tentadora oferta que le hubiera abierto las puertas hacia una gran fortuna. Pero él no quiso vender su idea.
Años después del gran éxito que significó su original invento, De Souza intentó idear otros postres atractivos, pero sin el menor resultado positivo. Entre las variantes propuestas entonces se destacaron la rapadura con sandía, la mermelada de naranja con ticholo, y el mango con ketchup. Tan solo sus dos últimas creaciones culinarias han ido ganando adeptos entre la gente de buen paladar: el martincho (ricota con mermelada de higo) y los panqueques colorados (rellenos de dulce de leche y frutilla picada).
Finalmente, el pasado jueves la muerte le llegó al artiguense Atanasio De Souza. Sus restos fueron enterrados en el cementerio local en la tarde de ayer, donde permanecerán acompañados por una placa recordatoria que reza: "¡Qué cheese cake ni qué ocho cuartos! ¡Qué isla flotante ni qué gelatina dietética! ¡Vida eterna a la banana con dulce de leche y al viejo Atanasio!".

viernes, 6 de noviembre de 2009

Descubren condiciones afrodisíacas del caracú

Un estudio reciente elaborado por investigadores de la Universidad de Oklahoma revela que el caracú tiene cualidades afrodisíacas. La noticia agotó las reservas del producto en las carnicerías de la ciudad.

El boletín difundido en la mañana del jueves pasado por el área de prensa del departamento tecnológico de la Universidad de Oklahoma explica que tras cuatro años de arduos estudios el equipo de investigadores especializado en propiedades particulares de productos alimentarios concluyó que "la ingesta de caracú untado en pan dispara la apetencia sexual un 200 por ciento". Esta cifra ubica al caracú con pan como el producto alimenticio más afrodisíaco, superando a diversos productos marinos que hasta el presente eran considerados como los más afrodisíacos.
El interés por este tradicional ingrediente de guisos y pucheros de la cocina nacional se disparó a partir de la observación de un estudiante oriental que estuvo haciendo una pasantía de un semestre en el centro universitario de la ciudad estadounidense citada previamente.
"Observamos que no perdonaba nada -explicó en conferencia de prensa el titular del estudio-. No respetaba sexo, kilaje, apariencia física, religión ni ninguna variable que sí era tenida en cuenta por sus compañeros universitarios. Ni siquiera era aquello de que después de las 3 de la mañana todo vale. No. A cualquier hora del día le daba a todo lo que se le cruzaba en el camino. Eso nos llevó a investigar el porqué de su conducta. Lo único particular que encontramos en sus hábitos era que siempre al mediodía, antes de comer, ingería algún pedazo de pan untado con una porción de tuétano que sacaba de algunos huesos previamente hervidos junto a otros ingredientes. Luego nos enteramos que a eso él lo denominaba caracú".
El documento presentado por los científicos afirma que "tras intensas investigaciones de laboratorio y las debidas prácticas de campo pudimos concluir que el consumo diario y sostenido de caracú tiene efectos afrodisíacos".
A partir de la publicación del referido boletín científico, la noticia de las cualidades estimulantes del caracú fue difundida por infinidad de medios. Consultado a raíz del hecho, el responsable de la carnicería La chuleta vivaracha, comentó que "ésta característica del caracú era un secreto a voces. Acá en el barrio hay un par de veteranos que como no les alcanzaba la jubilación para comprar viagra, venían todas las semanas a llevarse sus buenos huesos con caracú".
Otro carnicero interrogado al respecto afirmó que en las últimas jornadas el interés por el caracú creció considerablemente. "Yo no sabía porqué, pero desde hace un par de días que la gente está viniendo a comprar caracú. Más que nada son mujeres mayores, pero también vino algún pendejo. A esos como nunca habían comido caracú en su vida les vendo cualquier cosa y se lo llevan sin chistar. Por ejemplo sesos, mondongo o cachos de grasa en mal estado. A uno incluso le vendí una butifarra que tenía podrida y se la llevó encantado".
La difusión de la noticia produjo, además de escasez, aumento de precio. Según se quejaron diversos clientes, el valor del kilo de caracú se triplicó en pocos días. Sobre esto un directivo de la Cámara de la Carne, manifestó que "en estos momentos prácticamente no hay stock de caracú en plaza, pero esperamos contar con más cantidad la semana entrante. Eso sí, lamentablemente la ley de oferta y demanda es la que manda, así que el precio lógicamente ha tenido un apreciable incremento". Interrogado por el posible malestar del público, el empresario respondió: "El campo sufre mucho. Cuando no es la lluvia, es la sequía. La situación siempre es acuciante, además las cuatro por cuatro salen cada vez más caras".

domingo, 1 de noviembre de 2009

Efemérides

En nuestra tradicional sección de efemérides toca el turno al último día de octubre. El 31, of course. Algo científicamente fácil de comprobar. Octubre cae en nudillo, así que tiene 31 días y sanseacabó.


Un día como hoy…

Del año del pedo pero dentro de nuestra era- Una vez más los cristianos se apoderan de una celebración ajena, en este caso la celta de Samhain.

De 1840- los inmigrantes irlandeses empiezan a practicar una festividad típica propia en el exilio en Estados Unidos, consistente en pasear una calabaza hueca con una vela adentro encendida. En Uruguay el general Rivera no tiene ninguna idea de esto, y mucho menos de que unas cuantas décadas después dará nombre a una avenida donde comenzará a difundirse el tentempié nacional por excelencia del siglo XXI: el lemellún (castellanización aceptada por la Real Academia Española a fines del siglo XXIII).

De 1945- Los yanquis se tienen fe. Acaban de ganar la Segunda Guerra Mundial. Aunque todavía no aprendieron a patear con comba tienen la bomba atómica y deciden inundar el planeta con sus películas, sus hamburguesas y una celebración conocida con el nombre de Halloween. Los japoneses no dicen ni mu. Algo similar ocurre con los alemanes, que pensaban hacer oktoberfest por todo el mundo pero la idea se les pinchó cual dirigible.

De 1987- A falta de dos segundos para terminar el segundo tiempo del alargue Diego Aguirre se la mete contra el palo al arquerito Falcioni, que tenía un uno en la camiseta que era un espanto. Peñarol penta campeón de América y el América de Cali se recibe de eterno perdedor de finales. Nunca nadie vivió tanto tiempo de un único gol importante en su carrera. Felicitaciones.

De 1993- En Argentina estaba Nemen y de este lado del río ancho como mar su amigo el Cuqui. El Primer Mundo estaba al alcance de la mano… ejem... Un 31 de octubre de 1993 se vio en el residencial barrio de Carrasco a un niño vestido de bruja tocar timbre y pedir caramelos. Nadie entendía si se había escapado de una fiesta de disfraces o qué, pero allí estaba.

De 2007- La costumbre de Halloween adquiere cierta popularidad en el país. La sociedad discute en los medios de prensa si dicha festividad es apropiada o no para la idiosincrasia local. Los dentistas opinan lo primero y los vendedores de torta frita lo segundo.

De 2019- Se registra el último incidente comprobado de apedreamiento a niños que tocan timbre disfrazados y piden caramelos. Una pena.

De 2023- El parlamento nacional aprueba una ley que declara feriado laborable la tradicional fiesta de Halloween. Los empleados públicos apoyan masivamente la medida que consideran adecuada para fomentar los lazos sociales vinculados a la vecindad, puesto que ahora que existen tele transportadores las relaciones barriales son cada vez más escasas.

De 2035- El parlamento nacional aprueba una ley que declara feriado no laborable la tradicional fiesta de Halloween. Los empleados privados agradecidos. Los dentistas siguen facturando como locos.

De 2041- A.J.C.T., oriental soltero de 41 años, es detenido por obsequiar a infantes de su zona de residencia caramelos con LSD. Finalmente, luego de tanto romper los quinotos con que no había que aceptar caramelos de un extraño, la leyenda urbana se hace realidad.

De 2042- La fiesta de Halloween pierde intensidad, debido al insuceso del año anterior. Los niños del barrio de A.J.C.T. protestan como locos por la falta de caramelos.

De 2043- Halloween vuelve a ser la fiesta cívica que fue siempre. Los caramelos con LSD se convierten en los más demandados por los y las niños y niñas orientales y orientalas. Un lemellún y un caramelito de estos -con vaso de agua y café- se convierten en menú típico de la gastronomía local.

De 2087- El refundado New Pignarolo Club celebra los 100 años de la obtención de su último título continental inaugurando un monumento holográfico en la zona de Tres Cruces, que desde hace tiempo se presta para todo.