domingo, 29 de noviembre de 2009

Comerciante de alma

Soy un comerciante con visión de empresa. Para decirlo en lenguaje surfista, agarro la ola cuando recién se está armando y si veo que está por reventar me cambio a otra más nuevita.
Así fue como me inicié con una pequeña despensa a principios de los años ochenta. Luego vi que la mano venía de variar el rubro y arranqué para los cumpleaños infantiles. Fueron tiempos de prosperidad, con mi pequeño cine y mis trucos de magia. También hacía un plus con las bolsas de sorpresitas y la piñata. Cuando incorporé sesión de títeres aquello era el summum. Pero la competencia fue feroz. Siempre ocurre igual. Tuve que empezar a bajar los costos. Todo se terminó una tarde al incendiarse el reproductor de cine, el escenario de los títeres, la piñata y el niño del cumpleaños. Ahí perdí mi capital y mi prestigio. Tuve que buscar un nuevo rumbo empresarial.
Por suerte mi buen ojo no me impidió ver lo que se venía, así que alquilé un local y puse un lavadero. El negocio fue un éxito durante un par de años, hasta que la Chola, una vecina, abrió el séptimo lavadero en tres cuadras y con precios muy bajos nos rompió el tuje a todos.
Visionario como era, tenía pensada la próxima jugada. Fue arriesgado, porque el barrio nunca se caracterizó por poseer tecnología de punta. De todas formas me animé y abrí un videoclub con cuponeras a precio módico por 48 horas, sin cobrar recargo si devolvían la cinta con retraso. A los adolescentes y a los viejos verde les daba las porno al mismo precio y en una cajita de Rambo, para no escracharlos.
Cuando la Chola abrió su videoclub le empecé a agarrar cierta manía. Ella iba siempre a lo seguro. Llegaba con precios bajos cuando el mercado estaba saturado, así que nos mataba a los que ya estábamos instalados. Dicen las malas lenguas que sus negocios eran una fachada para la venta de estupefacientes al menudeo, y para peor cortados.
Como tenía un capital bien ganado me tiré al agua. Me mandé a la cancha. “Paddle Mario, el paddle del barrio”, era el eslógan. Este emprendimiento duró más bien poquito. Al año y medio tenía un promedio de siete cuarentones esguinzados por semana y una fractura de tobillo cada 23 días.
A pesar del traspié me di cuenta que el negocio estaba en el deporte, así que transformé la cancha de paddle en una de fútbol cinco. Entonces la vida me sonreía. Era una de las seis canchas que había en toda la ciudad. Los fines de semana los jovenes acudían en masa a jugar balompié y recuperar lo sudado a base de cerveza fría y prepizzas hechas en microondas.
Cuando vi que la ciudad tenía más canchas de fútbol cinco que supermercados me di cuenta que en cualquier momento el esplendor se alejaría. Era una clara señal de que debía cambiarme de ola. La Chola estaba averiguando precios para comprar césped artificial, así que llegamos a un acuerdo y le vendí el mío por una cifra razonable.
El siguiente negocio comenzó muy bien. Con cuatro mangos me compré una sillita para sentarme en el portón de ingreso, me acondicioné un cuartito donde estaban los vestuarios y pinté con grandes letras en la pared del fondo: “La casa no se responsabiliza en caso de robo o incendio”. Resultó muy oportuno, porque meses después, la noche de fin de año, una cañita voladora mal dirigida encendió la mecha. Ni uno de los autos se salvó, así que me quedé sin clientes reales y potenciales.
Pero como buen emprendedor siempre tenía alguna idea en mente. Ante el asombro de mi socia involuntaria y esposa por no tomar las precauciones debidas, volví a los cumpleaños infantiles. “Happy Mario” pinté en el frente del local con letras multicolores.
El precio incluye payasos, castillo inflable, pelotero, algodón de azúcar, panchos hervidos (la mayonesa se cobra aparte) y pizza precocida. Si el cliente es comodín ponemos la bebida, la torta, las sorpresitas y somos los que arrancamos a cantar el feliz cumpleaños. Todo en tres horas a precio módico. Por ahora funciona, pero ya abrieron un par más de locales de fiestas infantiles en la cuadra, y la Chola anda con cara pensativa. Por las dudas ya tengo medido el siguiente paso: delivery de tortas fritas los días de lluvia.

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