lunes, 5 de julio de 2010

Chau chau adiós

Se fueron y vaya a saber uno hasta cuando. Se fueron sin fecha de volver. Con aviso previo, y como bien suele decirse, el que avisa no es traidor. Simplemente cantaron retirada por tiempo indefinido. Se tomaron el buque. Sin aspavientos. Sin alharaca. Sin fuegos artificiales ni nada por el estilo.
El pasado miércoles 30 de junio fue su último día en sociedad. Su postrera oportunidad de lucirse -nunca mejor dicho- ante los ojos de todos nosotros.
Hicieron lo que pudieron, reconozcámoslo. Porque en este país están hechos para eso. Para aguantar el vendaval el mayor tiempo posible como puedan.
Se van dolidos, está claro. Porque nunca son gran cosa, pero siempre en la etapa de la novelería la gente repara más en ellos. Hasta podría decirse que les tiene cierto respeto. Los encuentra más útiles, porqué no decirlo.
Pero ahora, cuando emprenden la retirada, pocos se acuerdan de ellos. Nadie les agradece lo servicios prestados. Nadie entona una oración deseando su pronto regreso. Nadie levanta una copa y brinda en gesto de respeto sentido. Nadie pone una mísera esquelita en la página necrológica del diario en señal de luto.
Se van sin que los lloren, que es la peor forma de irse. Sin velatorio ni entierro. Sin pira funeraria, ni nada por eso. Se van. O los van, mejor dicho. Porque si no los sacaran a prepo seguro que seguirían luchando como hasta ahora, tan solo para dejarse ver en alguna ocasión propicia.
Se van y casi nadie notará su ausencia. Pero ellos no son pocos, porque en total suman 140 millones. Sí. Algo así como un holocausto y nadie dice nada. Ninguna voz se alza ante su extinción. Porque no son una especie en extinción. Eran. Ahora son una especie extinta. C'est fini con ellos.
Así que si nadie va a decir nada, esta humilde página quiere hacerles una especie de cortejo fúnebre imaginario. Un sentido homenaje. Un respetuoso minuto de silencio de sesenta segundos. Una bandera a media asta. Un brazalete negro sobre el buzo de lana invernal. Un QEPD de todo corazón. Un que les garúe finito.
A pesar de lo que diga el almacenero o el kiosquero del barrio, que ingratamente no los aceptan hace tiempo; mucho antes de lo que deberían haberlo hecho. A pesar de los insensibles economistas que toman decisiones tan desagradables como esta. A pesar de los porteños, que para nuestra envidia provinciana, ellos sí conservan algo parecido.
Hoy quiere el destino que sea el turno de la retirada de los que iban quedando. De los que subsistían. Antes le había tocado el turno a sus hermanos menores. Ahora el último foco de resistencia se apaga. Que los velen. Que se los recuerde, porque forman parte de la historia de este país.
Así que sí. Muchas gracias por todo. Ojalá que volvamos a vernos. Aunque con esto de los bloques regionales, quién sabe. Tal vez terminen viniendo en su lugar otros parecidos, pero parecido no es lo mismo. Capaz en una próxima devaluación. Aunque para entonces la influencia porteña en una de esas nos influya más de lo deseado. Esperemos que no.
Por las dudas guardaré está última moneda de 50 centésimos. Lo prometo. Una de esas que nadie quiere. Con la carita de Artigas. Acuñada en 1998, antes que cambiara el siglo. Durante un mundial que no jugamos. Bien guardada, hasta que vuelvan los centésimos al Uruguay. Esos centésimos que se acaban de ir, sin pena ni gloria, hasta nuevo aviso. O no. Vaya a saberse.

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