lunes, 15 de febrero de 2010

El temita de los con ínfulas de fotógrafo

Mejor tecnología es mejor calidad de vida. Los teléfonos celulares son una gran muestra de ello. Pero todo avance tecnológico trae consigo algo negativo. Tal vez en este punto del texto, si el lector hace un alto en el camino -o séase la lectura- y se pone a pensar algún ejemplo, le vendrá más de uno a la cabeza. Haga esa pausa. ( ) ¿Ya terminó? Muchas gracias. Acaba de ahorrarle a este humilde escriba la tarea de pensar dos o tres ejemplos apropiados y elaborarlos en frases que deberían resultarle interesantes sino por mal camino vamos. Mejor así. Si usted visualizó algo a su medida, tanto más útil. De haberlo hecho quien escribe tal vez le hubiera errado el bizcochazo y usted se habría puesto a pensar cosas como esté vejiga mirá lo que dice, es tarado o lo pateó un ropero y frases por el estilo, cosas todas que podrían alejarlo de esta página y no es la idea. Pero volvamos al asunto que hoy nos convoca: un aspecto negativo puntual de un avance tecnológico: los fotógrafos amateurs que pululan en cuanto sitio turístico, evento y espectáculo hay, debido al notorio uso extendido de cámaras digitales y de teléfonos celulares como si fueran cámaras fotográficas.
Alguien se los tiene que decir. Son una plaga. Una molestia innecesaria. Un estrobo. Una distracción insoportable. Básicamente, contaminación visual pura y dura. Son sacacaspas. Saltatérmicas. Rompeclímax. Paredonmerecedores. Submarinocandidatos. Japoturistastruchos.
Yendo al caso de un acto escolar de fin de curso -que es tal vez el más ejemplarizante-: ya que designan una maestra para que hable en nombre de todas, ¿por qué no eligen un único padre, madre o tutor merecedor de la confianza suficiente como para que saque fotos y luego se las pase al resto?
¿Y qué decir de los conciertos de música donde estropean la primera línea de visión con las lucecitas de sus teléfonos y cámaras mientras graban y filman? Porque ya no es aquello de sacar algunas fotos. No. Ahora las tarjetas de memoria dan para filmar todo el concierto, así que dale que vale.
Aunque suene feo decirlo, hay que controlar esto de alguna forma (*). Hay que ponerle coto (**) al asunto, pero no coto (***) sino coto (**).
Otro tanto ocurre en fenómenos recientes como los desfiles de Carnaval y Llamadas, así como en cualquier espectáculo deportivo, cultural o lugar público. Además queda claro en todos estos casos que los dichosos fotógrafos amateurs no tienen ningún sentido propio que les informe que están molestando a todos los demás espectadores, a los que interrumpen y dificultan la visión. A su vez molestan a quien está cantando, hablando, actuando, bailando o lo que carajo sea que esté haciendo. Así concluimos que al fotógrafo amateur el prójimo le importa un rábano. Entonces, algo hay que hacer. Y como lo importante en nuestro país no es tanto la solución sino más bien la discusión, va una primera sugerencia: que el porte de cámaras digitales en lugares públicos y espectáculos esté regulado al igual que el porte de armas de fuego. Que no se lo den a nadie sin previo curso de manejo del instrumental, con examen final y el permiso oficial correspondiente, el cual implicará, ya que estamos, el abono de una módica suma para colaborar con el erario público, que nunca viene mal y los alcaldes los vamos a pagar entre todos así que poniendo estaba la gansa.

(*) La libertad individual no es tema presente de esta columna. Ya ha sido tratado en otras ocasiones la problemática de qué hacen los seres humanos cuando se les deja que obren a sus anchas: un despiporre general e irrestricto de la gran masita.
(**) Impedir que continúen los abusos.
(***) Pez teleósteo del suborden de los acantopterigios.

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