No es uno que sea
lo que se dice impaciente, pero como que ya me estoy empezando a preocupar. Mes
y medio y cero novedad. Cero en absoluto. Nada por aquí, nada por allá. Ni
siquiera un papelito dando cuenta de una visita frustrada. Nada. Ni noticias. Brilla
por su ausencia con paradero desconocido.
Por lo que dicen
los medios de comunicación y también algunos vecinos, el o la censista existe y
en algún momento aparece.
Aparecerá,
espero.
Algún día tocará
timbre y se dejará ver. Pasará al living y empezará con sus preguntas que son
como el gol de Francescoli a Dinamarca en México ’86: solo para la estadística.
Nada de uso posterior indebido de información personal. Que para algo uno es
precavido con sus datos (si exceptuamos todos los cupones de premios gratis
completados en diversos supermercados y todas las suscripciones hechas en
Internet).
La información
particular es secreta como el voto. No sea cosa que a uno después le desvalijen
la casa por andar diciendo cuántos componen el núcleo familiar o si posee
microondas. Por no hablar de lo grave que sería que se sepa que uno tiene
ascendencia negra, europea o india de los indios de acá, que sino sería
asiática o amarilla, que desconozco si preguntan y cómo puesto que del dichoso
censo todavía no tuve el gusto.
Es de destacar
que en tiempos pasados el censo se hacía de una, en un solo día, mientras que ahora
necesitamos un mes y ni siquiera así. Sin duda una vez más se repite la máxima:
censos y censistas eran los de antes.
Ni que hablar que
vamos camino a completar el segundo mes con toda la fuerza; y en casa ni un
miserable papelito pidiendo que me comunique a algún teléfono de la institución
correspondiente. Y no es porque no puedan dejarlo, ya que en invierno el
chijete que entra por debajo de la puerta viene en correo certificado desde la
Base Artigas de la Antártida.
Además a medida
que pasa el tiempo uno de vez en cuando tiene bajones y pierde el entusiasmo,
entonces ni ganas hay de que venga el o la censista a hacer su trabajo. Claro
que si es la va a ser mejor recibida que si es él, pero eso es harina de otro
costal. Por no decir que si agarra
viaje, agarra viaje. Ella es grandecita y sabe lo que hace. Nadie la obliga.
Además entreverarse con la censista es una linda anécdota para compartir luego
con los amigotes. Puntúa doble o triple, porque censo hay cada muerte de obispo
y pavada de mérito sería.
Pero volviendo al
asunto, digo, que cuando quiera la censista puede pasar por casa. Algo de tomar
siempre hay. Sino que traiga, que será bien recibida. Pero que venga si no es
mucha molestia.
Y no es por ser
contra ni por sembrar falsa alarma. Nada que ver. Como bien se sabe esta no es
época de sembrar falsa alarma sino zapallo kabutiá, lechuga, espinaca y manzana
roja.
Pero veo que
lentamente, muuuuuuy lentamente, a la fecha está censada buena parte de la
población de la República Oriental y uno sigue en la dulce espera. No sea que
me vayan a saltear y eu no esté en la cuenta final. No sea que me hayan
desechado por error o por rotularme como compatriota innecesario o sobrante.
Que conste que no le debo al DGI ni al BPS y voté en todas las elecciones, así
que media pila. Merezco ser contado. ¿Es
mucho pedir? Como dijo el prócer de la patria bicentenaria: ¡naides es más que
naides! Tan sol quiero que me quiten del cuerpo esta sensación de ser un cero a
la izquierda, un ciudadano innominado, un polizón del paisito.
O será… y la dejo
picando… pac, pac, pac… que hay intereses ocultos que pretenden lo que muchos
sospechan… que seamos eternamente 3 millones.
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