martes, 13 de diciembre de 2011

El que espera, desespera

No es uno que sea lo que se dice impaciente, pero como que ya me estoy empezando a preocupar. Mes y medio y cero novedad. Cero en absoluto. Nada por aquí, nada por allá. Ni siquiera un papelito dando cuenta de una visita frustrada. Nada. Ni noticias. Brilla por su ausencia con paradero desconocido.
Por lo que dicen los medios de comunicación y también algunos vecinos, el o la censista existe y en algún momento aparece.
Aparecerá, espero.
Algún día tocará timbre y se dejará ver. Pasará al living y empezará con sus preguntas que son como el gol de Francescoli a Dinamarca en México ’86: solo para la estadística. Nada de uso posterior indebido de información personal. Que para algo uno es precavido con sus datos (si exceptuamos todos los cupones de premios gratis completados en diversos supermercados y todas las suscripciones hechas en Internet).
La información particular es secreta como el voto. No sea cosa que a uno después le desvalijen la casa por andar diciendo cuántos componen el núcleo familiar o si posee microondas. Por no hablar de lo grave que sería que se sepa que uno tiene ascendencia negra, europea o india de los indios de acá, que sino sería asiática o amarilla, que desconozco si preguntan y cómo puesto que del dichoso censo todavía no tuve el gusto.
Es de destacar que en tiempos pasados el censo se hacía de una, en un solo día, mientras que ahora necesitamos un mes y ni siquiera así. Sin duda una vez más se repite la máxima: censos y censistas eran los de antes.
Ni que hablar que vamos camino a completar el segundo mes con toda la fuerza; y en casa ni un miserable papelito pidiendo que me comunique a algún teléfono de la institución correspondiente. Y no es porque no puedan dejarlo, ya que en invierno el chijete que entra por debajo de la puerta viene en correo certificado desde la Base Artigas de la Antártida.
Además a medida que pasa el tiempo uno de vez en cuando tiene bajones y pierde el entusiasmo, entonces ni ganas hay de que venga el o la censista a hacer su trabajo. Claro que si es la va a ser mejor recibida que si es él, pero eso es harina de otro costal.  Por no decir que si agarra viaje, agarra viaje. Ella es grandecita y sabe lo que hace. Nadie la obliga. Además entreverarse con la censista es una linda anécdota para compartir luego con los amigotes. Puntúa doble o triple, porque censo hay cada muerte de obispo y pavada de mérito sería.
Pero volviendo al asunto, digo, que cuando quiera la censista puede pasar por casa. Algo de tomar siempre hay. Sino que traiga, que será bien recibida. Pero que venga si no es mucha molestia.
Y no es por ser contra ni por sembrar falsa alarma. Nada que ver. Como bien se sabe esta no es época de sembrar falsa alarma sino zapallo kabutiá, lechuga, espinaca y manzana roja.
Pero veo que lentamente, muuuuuuy lentamente, a la fecha está censada buena parte de la población de la República Oriental y uno sigue en la dulce espera. No sea que me vayan a saltear y eu no esté en la cuenta final. No sea que me hayan desechado por error o por rotularme como compatriota innecesario o sobrante. Que conste que no le debo al DGI ni al BPS y voté en todas las elecciones, así que media pila. Merezco ser contado.  ¿Es mucho pedir? Como dijo el prócer de la patria bicentenaria: ¡naides es más que naides! Tan sol quiero que me quiten del cuerpo esta sensación de ser un cero a la izquierda, un ciudadano innominado, un polizón del paisito.
O será… y la dejo picando… pac, pac, pac… que hay intereses ocultos que pretenden lo que muchos sospechan… que seamos eternamente 3 millones.

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