martes, 22 de septiembre de 2009

La leyenda de los pu pla

Cuenta la leyenda que los pu pla de Montevideo son una venganza que se tomaron los ingleses antes de ser expulsados en sus fracasadas invasiones de comienzos del XIX. Tal vez su error estratégico fue que fallaron en cuanto al sexo. Si en vez de llegar ahijuna por el repecho los ingleses, con sables y toda la parafernalia, hubieran sido ahijuna con esos pechos vienen llegando ya las inglesas, en una de esas ahora todos estaríamos hablando de fack you, excuse me, shit, cat y dog. Pero no. El asunto fue que mandaron ingleses y marcharon. Pero cuenta la leyenda –y con esto se regresa al comienzo luego de la interrupción motivada por el sexo de los invasores-, que los tipos venían con ganas de instalarse y los sacaron carpiendo. Así que en retirada se mandaron la de Hansel y Gretel pero en versión cagadora. Como no pudieron quedarse desparramaron semillas de árboles, que por esta época suelen ser conocidos como los pu pla, gracias a una contracción simplificadora del lenguaje.
Parece que ésta era una costumbre de los soldados de la pérfida Albion. Lugar que no podían conquistar, lugar que jodían. Para ello cada combatiente disponía de una bolsa llenita de semillas de los pu pla. Durante su educación militar se lo enseñaban: si toca retirada, mano a la bolsa y a tirar semillas. Y como acá somos medio abombados –si miramos con un ojo- en principio se creyó que los pu pla eran botín de guerra que se les había caído a los invasores por la brava persecución de las huestes autóctonas. Entonces la gente se dedicó a cuidar y regar los pu pla, hasta que se hicieron grandes. Incluso se inicio entre los mozalbetes la costumbre de orinar los pequeños pu pla, que para ellos representaban al invasor inglés. Esto se convirtió en una tradición de los jóvenes, que tomaron el hábito de vaciar sus vejigas sobre los pu pla, cosa que se transmitió de generación en generación hasta el presente. Es por eso que tanto muchachote entrado en copas va por ahí cloreando árboles, sin saber el significado de esa tradición, de sabida raíz antigringa. Precisamente a este hábito se debe el color de la pelotita vegetal que cuelga de los pu pla. Pelotita que llevó a los antiguos habitantes, cuando estos vieron que los árboles en cuestión tenían algo más que hojas, a pensar que buena cosa sería disponer de una rica fruta al alcance de la mano.
Cuando pudieron percatarse que aquello no era una fruta comestible, se dijeron: -mierda, habrá que cocinarla-. Ahí probaron hervirla, fritarla, rallarla para ensalada, pero nada. Mientras tanto los pu pla fueron aumentando en cantidad y en volumen, hasta que pronto estuvieron en todas las calles de la ciudad. Con el pasar de los años, en cada primavera los antiguos pobladores se fueron convenciendo que el deseado fruto de los pu pla sólo era algo un tanto molesto y nada comestible. Entonces los hasta ahí denominados “árboles de la retirada” comenzaron a llamarse “árboles de los gringos”. Al tiempo se popularizó el nombre de “plátanos” –ahí hay un bache semejante al eslabón perdido en la evolución de los primates-, que después fueron los “putos plátanos”, expresión ésta que se apocopó en los “pu pla”.
Así que sí. Así estamos, jodidos por herencia de los ingleses. Que si en vez de ingleses hubieran sido inglesas otra hubiera sido la historia. Pero no. Cero gringa. Por si fuera poco nos dejaron los pu pla estos, que cada primavera castigan la vista y garganta de la población local.
Visto que nadie sabe qué mierda hacer con estos árboles, habría que considerar algunas opciones. Una puede ser tirarlos todos y vendérselos a Botnia. Otra es mirar para el costado y esperar que los de Ence se los confundan con monte nativo y le saquen filo a la motosierra. Incluso después se les puede cobrar alguna multa y acordar que planten limoneros para hacer caipiriña en las veredas pares y mandarinas para el postre en las impares.
Eso. Hay que hacer leña y plantar otra cosa. Algunas buenas opciones: pino, eucalipto, ombú, palmeras, sauce llorón, anacahuita, caña tacuara (por si vuelven los ingleses) o caña 33 (para matar la sed en verano). Eso se puede decidir con un referéndum o en el presupuesto participativo de la Intendencia. O en las internas coloradas. Por falta de cultura democrática, no va a ser; delo por hecho.

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