miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cada vez hay más categorías

Ser limpio o ensuciar poco ya no alcanza. Primero hubo que separar el plástico. Luego las botellas de vidrio, el papel y las latas. Después tuvimos el período de las bolsas de leche, que hasta había que lavarlas. Luego vino el tema de las pilas, que ahora resulta que hay que usar recargables, aunque parece que contaminan más que las otras o sea que son menos pero más dañinas. También están las lámparas de bajo consumo, que son un avance pero en cualquier momento pasan a la historia. Llegados a este punto, permitámonos hacer un renglón de silencio en homenaje a nuestro querido SUN, que reciente legislación envió hace no tanto al más absoluto ostracismo, o sea que es una especie de Artigas en Paraguay, una eminencia que sus contemporáneos no supimos valorar debidamente pero en el futuro la sociedad falta de valores lo rescatará del olvido para sustituir las ramitas que hay alrededor del escudo patrio por un par de sunes entrecruzados.

Tras un respetuoso renglón de silencio volvamos al tema. Ocurre que cuanto más se separa la basura, más pior*. No ya porque resulte más complicado y requiera más dedicación y espacio, sino que cuanto más se segmenta los desperdicios más dudas surgen. No es una simple cuestión de aprender algo nuevo, es que cuanto uno más recicla más dudas tiene.
Porque ahora resulta que no todos los plásticos son iguales, o sea que no van todos juntos. Lo mismo con las botellas de vidrio o los papeles. Y el aceite doméstico. Ahora dicen que hay que rejuntarlo en una botella de plástico.
El asunto es: cada vez hay más categorías. Uno ya no sabe dónde va cada cosa. Por ejemplo: ¿En dónde se tira lo que se le raspa a una tostada que se pasó de tiempo en la hornalla por tener la vejiga más llena de lo previsto? ¿De no querer guardar el aceite en una botella descartable de dos litros, es mejor tirarlo en algún caño en particular, en las plantas del fondo o en la cabeza del vecinito rompequinotos**? ¿En caso de borrachera o anorexia es mejor chivar en la pileta o en el guáter? ¿Un moco recién sacado va con la basura común o con los desechos orgánicos? ¿Se puede hacer compost con los restos de las uñas recién cortadas? ¿Las hojas de esta revista se reciclan junto a la tapa o no? ¡Porque no vamos a comparar un gramaje con otro, por favor! ¿Dónde van las papeletas rosadas que sobraron de las últimas elecciones? ¿En el culo de quién?
Saliendo tangencialmente de tema, hay que reconocer como grandes precursores a los que muchos años atrás se dedicaban a separar el papel metálico de los garotos o de las tabletas de chocolate. Pero eso más que conciencia ecológica era una demostración de habilidad, como jugar bien al tiki taka o armar dos caras del cubo mágico.
En aquellos años separar enterito -sin ninguna rotura- el papel de un bombón contrabandeado era algo de consideración, mientras que hacer lo mismo con el envoltorio de una tableta de chocolate era todo un destaque, una capacidad admirable (como la alarma de 1811).
Pero tá. Basta de nostalgiar que el 24 del ocho pasó hace poco y no es cuestión de andar reviviendo muertos. Mejor que descansen hasta que sea de estricta necesidad. La cuestión es que reciclar es todo un desafío. Eso sí, mejor ni pensar en averiguar qué sucede con lo que uno se mata clasificando. Es mejor convivir con la duda. Ya lo dijo Felipe Cardoso: ojos que no ven, pelotudo que recicla.

(*) Pior: equivalente a peor. O sea que "más pior" es igual a "más peor", con la diferencia que la primera respeta el habla coloquial. ¿Para qué vamos a mentirnos, verdá?
(**) Rompequinotos: no está en el diccionario de la Real Academia, pero sí hay otra expresión parecida que puede resultar equivalente: rompehuevos. Al fin y al cabo uno tiende a pensar que esta página es hasta menos soez que la prestigiosa RAE.

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