sábado, 5 de diciembre de 2009

Se viene, se viene

Una nueva temporada estival está por dar inicio. El próximo 8 de diciembre se reeditará uno de las mejores ocurrencias del viejo Batlle: el día de las playas. Será el comienzo oficial de la temprada veraniega. Desde entonces y hasta Turismo (otro poroto para Batlle) los orientales bajaremos el nivel de exigencia y coparemos las finas arenas de ríos varios y océanos uno solo, para darnos nuestros buenos baños de inmersión y agarrar ese colorcito que tanto nos gusta lucir para envidia ajena.
Producto de lo anterior, en muchas ocasiones las playas compatriotas suelen verse repletas hasta la manija, que no tienen pero se entiende la idea, o hasta las tetas, que sí tienen pero ahí se confunde un poco la idea. En virtud de esto es bueno comentar algunos conceptos que bien vale la pena tener presentes para de esta forma lograr una sana convivencia entre pares, mares, hijos y todo el que guste del ocio orillero.
Por ejemplo. No hay que ser tan sorete y levantarse a sacudir la toalla cuando hay mucho viento sin calcular la trayectoria de los granos de arena voladora correspondientes. No es aceptable retirarse de la playa previo enterramiento de botellas de plástico y bolsas de náilon, que después los niños se creen que eso forma parte del ecosistema costero al igual que spray oxidados, pedazos de espumaplast, peces muertos, velas y plumas de gallina. Eso no es de buen hijo de la patria ni de buen vecino.
Después está el tema del respeto del aura. Si tal como suele afirmarse es cierto eso del aura que todos tenemos, vamos a respetarla. Terminemos con eso de andarle pisando el aura a la gente en la playa y tirarle arena al pasar a menos de una cuarta de distancia. Respetémonos. Hay que caminar a más de 40 centímetros del otro e instalarse a más de un metro al menos, que problemas tenemos todos y no es necesario enterarse de las miserias ajenas mientras uno está descansando e intenta disfrutar de la madre naturaleza y de alguna otra madre o hija que ande por ahí deleitando la panorámica.
Tampoco vale calentarse cuando un pelotazo bien llovido le parte el lomo mientras lagartea al sol o mientras toma la infusión predilecta de los orientales. Hay que dejar que la gurisada juegue al fútbol a sus anchas, que si no nunca le vamos a ganar un partido de fútbol playa a los brasileños (ni a los suizos, que hace poco nos dieron un buen tuquito en la especialidad).
Otra antes que se me olvide: la música. ¡Por favor! Es preferible que lleven un cuzquito chico antes que una radio estridente, y en la categoría radio desde hace unos años incluímos los teléfonos celulares. La playa es para escuchar el ruidito de las olas y el grito del heladero, pero no música ajena. Para algo existen los auriculares desde hace un tiempo.
Y ya que estamos con el heladero. Una sugerencia. Teniendo en cuenta que carga conservadora y hielo, puede portar alguna latita de cerveza si no le sabe a mal. Capaz que en una de esas encuentra algún cliente dispuesto a abonar algún pesito por una chechita fría. O si quiere el vendedor de bolas de fraile y roscas de chicharrón ampliar la oferta, también sirve. Mientras no traiga todo junto en la canasta de mimbre será bien recibido. Y si se anima con caipiriña, tanto mejor. A eso de las siete u ocho, si puede ser, para acompañar el último chapuzón y el final de la tarde. Que si no les ganamos al fútbol playa a los norteños, al menos nos quede el dulce sabor de un caipiriña fresquita, a precio razonable, que aunque tengamos sed seguimos siendo pobres y honrados, sobre todo pobres, y sedientos.

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