viernes, 12 de junio de 2009

Entrevista al David

¿Se saca lo suficiente haciendo de estatua?
Bueno, es un laburo bastante jodido. Primero que nada, las viejas miran mucho pero nunca te dejan una moneda. Los jóvenes se burlan. Las muchachas en lugar de plata te dejan el teléfono para que las llames.
Por otro lado están las condiciones de trabajo. La intendencia no termina de reconocer que este es un oficio como tantos. No valoran que uno lleva mucho tiempo haciendo esto y que no tengo ingresos fijos, cobertura de salud ni aportes jubilatorios.
¿Cómo son las noches en la Explanada Municipal?
Siempre hay algo para ver. Cuando no es una despedida de solteras que la novia está borracha y viene a manosearme, es un borracho que está soltero y viene a manosearme. También están los desconsolados que se acercan a llorarte la milonga y ahí tenés que bancarles la cabeza, porque si no se van a tirar a las rocas. Después está la categoría, “más duros que rulo de estatua”, que no pueden parar de hablar y dicen que me envidian mi forma de vida.
¿Es muy promiscua la ciudad nocturna?
Mirá, a mi me han ofrecido plata por tantas cosas… No siempre agarro viaje, aclaro, pero vienen regalados y regaladas. Decí que uno tiene su moral, porque sino estaría chupado de flaco y lleno de guita.
¿No le da nada de vergüenza mostrar sus partes?
Al principio sí, pero luego uno se acostumbra. Sino, preguntale a Claudia Fernández.
¿Un intendente que recuerde?
Muchos, sería injusto si te nombro alguno.
Esa respuesta parece la de un futbolista.
Es que jugué un tiempo en Sud América, pero me echaron porque decían que era durazo. Todavía me acuerdo lo último que me dijo el técnico: “David, usted es de madera, dedíquese a otra cosa”. Nunca se dio cuenta lo equivocado que estaba.
¿Ahí decidió hacerse estatua?
Claro. Mi vocación era ser futbolista, como cualquier uruguayo, pero los juicios negativos del entorno pesaron mucho sobre mi despulida personalidad y al final lo largué.
¿Tiene mascota?
No, pero adoro los gatos y todo animal que coma, mate y dañe palomas. Incluso los niños que torturan estas ratas con alas me caen en gracia.
Parece que no le gustan las palomas.
Para nada. Y a juzgar por todo lo que me cagan, yo tampoco les gusto a ellas.
¿Hasta cuando piensa dedicarse a esto?
Mirá, por cómo está la cosa, si bien no saco mucho, supongo que es mejor que nada. O sea, que hasta que me lleve la parca acá estaré. Tengo amigos que se instalaron en parques y les ha ido rematadamente mal, así que mejor sigo donde estoy. Ellos ganaron tranquilidad al principio, pero sacan muy poco; la competencia de los travestis los liquidó.
¿No le aburre estar siempre en el mismo lugar?
Sí, claro. De hecho estuve trabajando un tiempo en Rivera y Jackson, pero comencé a extrañar y opté por regresar. Había una funcionaria de la intendencia, Mabel, que era muy simpática, mimosa y cachonda. Volví por ella. Además acá hay mucho más movimiento, lo que significa más plata y más minitas, aunque Mabel se ponía celosa.
¿El frío? ¿La lluvia?
Jode el frío. Jode el agua. Jode el sol. Jode mucha gente. Joden las palomas. Pero yo prefiero mirar la mitad del vaso lleno. Me gusta ser positivo. Me quedo con el afecto que recibo de la gente.
¿Cómo sobrelleva la soledad?
Ya viví mucho, no puedo quejarme. Tuve una relación muy linda con la estatua de la Plaza Cagancha, participé de buenas orgías con los muchachos del Entrevero, incluso con algunas copas de más pasé buenos momentos con el Gaucho, pero ahora prefiero estar solo. Son etapas de la vida.
¿Algo que le moleste?
Cuando vienen a burlarse de mi y de mi trabajo. Yo intento no calentarme, pero uno no es de fierro. Creo que eso se nota. Así que hojilla con venir a romperme las pelotas.
¿Un mensaje final para los lectores?
Que usen protector, que lo del agujero de la capa de ozono no es changa.

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