lunes, 29 de junio de 2009

Apología del fainá

El fainá es lo más grande que hay. Es como el cuadro de fútbol y la mina, sumados y en potencia a la ene. El verdadero fanático lo lleva en la sangre, además de en la zona adiposa del abdomen. Es un sentimiento inexplicable. Literalmente. Porque si uno va al mataburros no encuentra lo que busca. Fainá. Dos Puntos. Silencio realacadémico. Ni los dos puntos. Nada por aquí, nada por allá. ¿Qué es?*, pregunta el turista luego de consultar su pequeño diccionario de bolsillo que tampoco le da ninguna respuesta. Aunque claro que algún avispado puede decir: fainá es una particular mezcla de harina de garbanzo, agua, sal y un toque de pimienta. Pero no es suficiente explicación. Es más. Es mucho más. Como dice la murga: fainá es el imán fraterno, que al pueblo atrae y hechiza. Fainá es la eterna sonrisa, con un vaso de merlot. Fainá se nace, no se hace. I love fainá. Todos somos fainá.
Hablemos un poco sobre este noble producto. Es de perogrullo decirlo, pero para que sea fainá tiene que llevar pimienta, salvo cuando el tobogán final recomienda lo contrario. Aunque incluso en esos casos es de buen fainasero condimentar abundantemente la porción, en una sufrida en carne propia demostración de estima, valentía y preeminencia hedonista del goce por sobre el roce.
El fainá es sencillito, con los ingredientes dichos, pero también existen algunas variedades que proporcionan opciones atractivas. Entre ellas están los fainá de queso, de cebolla, de arvejas, de choclo, de panceta y de mondongo hervido. Aquí hay que detenerse en una delicatessen: el faina recubierto con abundante muzzarella. Es como un fainá premium, mejorado, el fainá Pelé.
También están las variedades dulces, que día a día suman nuevos adeptos: fainá de chocolate, de dulce de leche granizado, de arándanos con canela y de garrapiñada con pera. Menos conocidos son los agridulces: fainá de banana con maní, de salame con membrillo, de brótola con melón, y el exclusivo de roquefort con miel, semillas de girasol y mortadela en cubitos.
Agreguemos en esta breve reseña unas palabras referidas a su principal consumidor, que es el consumidor por reflejo. Éste es el que siempre pide un fainá y una pizza sin que se le pueda ocurrir otra posibilidad. Es incondicional. En la mayoría de los casos desconoce si en el bar se puede comer otra cosa. Especialmente demuestra su fidelidad cuando anda con poca hambre, deja la pizza de lado y solicita sólo un fainá. Pero ojo, que no hay que confundirlo con el consumidor alcohólico. Ese también pide tan solo un fainá, pero para disimular. Su único objetivo es ingerir alcohol, pero como siente vergüenza de su condición de alcohólico pide algún alimento para despistar, pero como todo buen parroquiano sabe, esa es una popular treta para ocultar lo inocultable, que al tipo le gusta el chupe a más no poder y que seguramente, oh casualidad, pedirá más bebida pero no más comida.
Otro punto a destacar es que el verdadero fainá es el de orillo u orilla. Es el preferido. De hecho deberían inventar una bandeja con forma de rosca que no tenga centro y aumente su superficie con vista al mar. En cualquier caso queda claro que el fainá de las regiones centrales e intermedias de la bandeja está destinado a complacer los pedidos telefónicos, como forma de castigar la comodidad pequeñoburguesa de quien no se digna a caminar hasta el boliche de la esquina y tomarse un medio y medio mientras socializa y espera el pedido.
Para terminar, lo que todo buen pizzero de ley sabe: que quien hace un fainá sin sal se pierde la propina del día. Y si no es así, debería serlo, porque no hay derecho a cometer tal atropello que luego no se soluciona por más pimienta que uno le ponga al anverso y al reverso. Así que visto y considerando, se decreta: si no hay suficiente cloruro sódico, no hay propina. Difúndase y publíquese.O al revés.

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