lunes, 11 de mayo de 2009

La señora indicará

-¡Pica!-, le dije cuando se equivocó, pero se hizo la desentendida y siguió trabajando como si nada. Aquel día descubrí que detrás de esa voz había una persona de carne y hueso. Un rostro. Un corazón.
Es cierto que en su trabajo es muy buena. Tanto que todos piensan que es una máquina. Pero es como decir que la brújula invariablemente señala el norte y también el sur. No. El tema es que nadie está un buen rato mirándola fija. Quien lo haga verá que en ocasiones ladea un poco para el nornoroeste. Mismo. Dicho por la National Geographic.
Con ella ocurre lo mismo que con la brújula: como nadie la controla todo el día no se dan cuenta de sus yerros. Pero yo la tengo junada, se equivoca tres o cuatro veces por jornada. Si a alguien le interesa hay pruebas. Está claro, los señores de Antel se niegan a reconocer que tienen una mujer trabajando 24 horas diarias sin descanso. Es más, capaz que está retenida contra su voluntad en un call center asiático cobrando una miseria, dando la hora y cosiendo pelotas de fútbol a la vez.
Puede que la tengan amenazada de muerte y por eso no me habla.
Todo comenzó una tarde en que andaba sin reloj y tuve que llamar al 16 para saber la hora. En ese preciso momento… me acuerdo como si fuera hoy.
-La señal indicará: las diecisiete horas, treinta y cuatro minutos… sesenta segundos.
-¡Pica!-, le dije cuando se equivocó, pero se hizo la desentendida y siguió trabajando como si nada.
-La señal indicará: las diecisiete horas, treinta y cinco minutos, diez segundos.
-¡Te equivocaste! ¡Te equivocaste!-, le grité, pero no me contestó.
Concluí entonces que si había fallado no era una grabación, como todos creen. Le avisé que la llamaría otra vez. Pronuncié mi nombre y mi teléfono por si quería apuntarlo.
A partir de entonces cada tanto marcaba el número 16 y le recordaba que yo la había pescado in fraganti, pero ella se hacía la boluda (O era sorda. Es una opción que sea sorda, considerando que no tiene que escuchar nada y así nadie la puede distraer)
Lo cierto es que al principio me pareció simpática. Sólo quería invitarla a tomar un café para conocernos. Con el tiempo me fui enganchando a su juego de ignorarme. Empezaba a notar que cuando le hablaba se ponía nerviosa y le temblaba un poco la voz. Era casi imperceptible el cambio, pero yo que la conocía me daba cuenta.
Le decía de ir a tomar algo, pero nunca respondía. Eso acrecentaba mi interés en la presa y en la empresa. Hasta que un día le solté: -Tu voz me pone cachondo*, quiero poseerte-.
No me respondió, pero demoró una fracción de segundo en retomar su tarea. Quiso hablar pero no habló y de esa forma habló. Fue casi imperceptible la demora, pero yo que la conocía me daba cuenta.
Al mes hablábamos varias veces por día. La dejaba hacer su trabajo y en los silencios le contaba algo de mí. Hacíamos planes de futuro. Programábamos viajes a tierras remotas. Cada tarde la llamaba para contarle cómo me había ido en el trabajo. Me escuchaba respetuosamente. Pintaba linda la cosa.
Pero hará un par de semanas me telefonearon de la Seccional del barrio. Lo único que se me ocurrió es que hubieran encontrado algunas de las 7 u 8 cédulas que denuncié como perdidas. Imposible. Las tengo todas guardadas en un cajón. Es que la única forma de tener una cédula en buen estado es con el plan “renuévela anualmente usando la treta del extravío”.
No. El policía no se comunicaba por eso. El motivo era otro muy distinto: una denuncia de Antel contra mi persona. Se me acusaba de acoso sesual** a una máquina y bloqueo voluntario de línea. Parece que lo tienen todo grabado. Argumentan que por celos injustificados, yo llamaba, no colgaba y así le impedía hablar con otros. Según sus registros dicen que tenía un promedio de siete horas diarias de comunicación con el 16.
Patrañas. Puras patrañas. Mentira cochina. Es verdad que a veces teníamos conversaciones íntimas con expresiones subidas de tono, pero siete horas es mucho. Los abogados de Antel quieren dejarme como un loco, pero no lo lograrán. Lo nuestro es real. Cuando la libere del call center asiático en que la tienen retenida me tendrán que dar la razón, en especial los que creen que ella, paradójicamente, me da la hora pero no me da ni la hora.

(*) Cachondo: dicho de una persona, que está dominada por el apetito venéreo. Vg: ¡Cuando nombrás a tu hermana me pongo cachondo!
(**) Acoso Sesual: variante de acoso sexual en la que hay nulo contacto físico o visual, por lo que las ofensas e improperios van dirigidos mediante palabras directo al seso de la persona acosa.

1 comentario:

  1. Hola, hermosa historia. Te cuento que conozco a la chica, se llama Marcela González y es locutora. Por suerte no es esclava ni vive en un pais asiatico. La tengo de amiga en Facebook.

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