miércoles, 13 de mayo de 2009

Maté a la abuela (otra vez)

El joven bajó del 199 en el Cementerio del Norte. Atravesó el amplio espacio verde con una flor amarilla de plástico en la mano y entró al camposanto. Luego de caminar unos minutos, se detuvo frente a un nicho en mal estado y comenzó a hablar. Una perrita, que andaba abandonada, lo escuchó decir:

Viejita querida, hola y perdón. Primero saludar, así me enseñaste. Te traje una flor. Es de plástico no porque tu hijo presente sea una roña, es que las posta posta se pudren y además juntan el Aedes aegypti ese.
Lo de pedir perdón viene porque tuve que matar a la abuela otra vez. No te calientes, pero Freud estaría de mi lado. Eso te pasa por nunca habérmela presentado. Siempre decías que era una vieja de mierda que se fue de tu casa cuando eras niña, apenas en edad escolar si mal no recuerdo. Y que fue por eso que no terminaste la escuela, ni vos ni ninguno de tus ocho hermanos menores. Porque además, como tu viejo faltaba desde siempre, te tuviste que encargar vos de los tíos cuando eran guachos.
Ah, hablando de todo un poco, al abuelo lo tuve que matar hace mes, mes y medio.
Espero que no me guardes rencor por lo que te cuento. Al menos no te maté de nuevo a vos. No sabés la que se armó la vez que te volví a matar. Había un hijo de puta que me botoneó mal. El gil parece que va anotando los partes de difunto que damos y buchonea cuando alguno se repite. ¡A dónde ha llegado el ser humano! ¡Qué bajo hemos caído como especie! ¡Qué pérdida de solidaridad entre pares!
Fijate vos si yo me voy a poner a escribir en una libretita cada vez que alguien se toma el día libre o falta a un evento utilizando la vieja treta de matar a alguien que ya está muerto. Porque claro, eso de matar a los que todavía están de este lado del sopi me parece atroz. Trae una mala suerte del carajo. Sino fijate lo que le pasó a Ricardo, el hijo del de la barraca. Dijo en el liceo que su tío abuelo estaba grave y tenía que ir a acompañarlo –todo por zafar de un escrito de Literatura- y cuando llegó a su casa la hermana chica había comido el pórtland con galleta que el padre había puesto para las ratas y claro, con la saliva eso después se le endureció adentro y reventó al toque la gurisa.
Así que no, hay que matar a los muertos. Yo por eso a veces uso a los abuelos o algún tío, aunque voy a tener que cambiar. El gil que te digo apunta parentescos, pero no los nombres. Pero claro, tampoco es para tener 20 tíos. Como que es sospechoso. Por eso ahora tendré que echar mano a algún viejo amigo del barrio o los primos que hace tiempo les perdí el rastro.
Lo de la abuela fue porque era viernes y el jueves estuve de asado con unos amigos de hace años, unos que vos no conocés: el Peta, el Luca y un par más. Se hicieron las tantas, y si sumamos los tintos, a la mañana siguiente no me podía despegar las sábanas. Así que llamé al laburo y dije que se había muerto la abuela.
Perdón. Perdón. Te prometo que para la próxima cambio el discurso. Estuve meditando al respecto y es lo mejor. Es que a todos nos llega la parca, vieja. ¡Qué te voy a decir a vos!
Yo por suerte ya estoy preparado. Le dije al sobrino Milton –tu hija le puso ese nombre por Wynants, mirá que hay que ser chonga-, que cuando me muera quiero donar los órganos que sirven, el resto que lo cremen y que para faltar al liceo, me mate todas las veces que quiera, que para algo somos familia.
Bueno viejita, te dejo. Gracias por escucharme. Y no cuentes nada de esto, por favor, que sino en el trabajo me matan. Vos, una tumba, ya sabés.

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