lunes, 18 de mayo de 2009

Yo estuve en la Batalla de Las Piedras

Puestos a elegir -considerando que ya estaban ocupados los cupos para ir a Maracaná a avisarle a Barbosa para dónde iba la pelota- cuando me tocó el turno de elegir mi destino en el recién estrenado túnel del tiempo, opté por poder presenciar en cuerpo presente la batalla de Las Piedras. Sí. Sé que a algunos les podrá parecer una bobada, pero quería confirmar si era cierto o no aquel hecho fundacional de la viveza criolla que me quedó flotando en la memoria desde tiempos pretéritos -entiéndase la infancia-.
Según recuerdo el prócer de los prócer logró vencer a los gaitas con un engaño bastante choto. Amagó que se iba derrotado y cuando lo salieron a perseguir dieron la vuelta y los cogieron por atrás -dicho por los propios españoles-. O sea, el primero de los maracanases de nuestra historia: 2 a 1 y de atriqui.
Así que sí. Una vez dentro del aparato que me iba a transportar al pasado, previo paso por una talabartería para adquirir algún producto que le diera cierta credibilidad a mi imagen en la época en cuestión -además del vaquero agujereado y la camisa vieja que llevaba por vestimenta-, digité en el tablero electrónico la fecha precisa: 18 de mayo de 1811.
En un plis plás fui a dar a unos matorrales tupidos. Me asomé y vi a lo lejos el pueblo de Las Piedras. Era de mañanita. Pastito por acá. Unas vacas por allá. Un gaucho socializando con una oveja. Mansa la nutria. Lo que se dice todo tranquilo. Había solcito, o sea que lindo día para darse de bomba con los conquistadores.
Los nuestros, entiéndase las tropas artiguistas, venían con viento en la camiseta pues acababan de adueñarse de Canelones, que por lo que pude consultar todavía no se llamaba así. Los españoles estaban como que asustados en la fortificada San Felipe y Santiago, por lo cual el gobernador Elío mandó al capitán José de Posadas a contener las huestes porque se le venían encima.
Cuestión que se plantaron, de un lado el mencionado de Posadas con 1200 soldados bien pertrechados y mejor ubicados en una zona alta. Con todos los chiches. Tenían uniforme, trabucos para el que quisiera, cañones, obuses, cantimploras con bebidas isotónicas y refuerzos de bondiola por si se lucha venía con alargue.
Del otro lado, medio de canuto, el Obdulio de la independencia, el Pepe Artigas, con un millar de combatientes rejuntados. Cada uno llevaba por ropa y arma lo que podía. Desprolijos, con vinchas al estilo Pablo García. Armas de fuego pocas. Más bien lo suyo era puro cuchillos, boleadoras y hojas de tijera atadas en cañas tacuara.
A eso de las once de la mañana Artigas miró a uno de sus lugartenientes y le dijo por lo bajo: “no hay mejor defensa que buen ataque”. Luego continuó: “¡Pérez, anda!”, y éste arrancó con unos cuantos gauchos para darse de frente con los gaitas. Apenas se acercó a donde éstos estaban, dio media vuelta, puso pies en polvorosa y huyó por donde habían venido. Los españoles se tuvieron fe y salieron a perseguirlos dejando su posición privilegiada. Ahí le vinieron más gauchos de un costado y los fueron rodeando. Cuestión que se armó un entrevero de la gran masita que duró varias horas.
Confirmado entonces: con la estratagema de Artigas se fundó la viveza criolla. Pero la batalla también sirvió para confirmar la importancia del famoso “fator sicológico”. La paisanada era menos gente y peor armada, pero estaba motivada, tipo cuadro chico en el Estadio. Mientras que los gaitas estaban en plan partido amistoso. Al punto que para completar el cuadro habían tenido que meter algún que otro presidiario en sus filas. Cuentan las malas lenguas que incluso alguno de estos llegó medio mamadito al campo de batalla a pesar que de Posadas había mandado una avanzada para que fuera cerrando las pulperías que hubiera en el camino. Pero como que los presos igual ingresaban a esos antros de perdición aunque no hubiera servicio de atención al público, haciendo que aquello funcionara tipo autoservice-quediostelopague.
A media tarde aquello era bruto entrevero. Un tumulto ruidoso. Feroces aullidos. Descargas de trabucos a quemarropa. Cuchillo va, cuchillo viene. Una boleadora cazando un gallego del pescuezo. Los luchadores saltando por encima de caballos y gentes tiradas sobre la penillanura levemente ondulada.
Era notorio que en la lid iban prevaleciendo los gauchos, por aquello del “fator sicológico”. Así que cuando empezó a bajar el sol de Posadas se convenció que no tenía chance y prefirió, como bien dice la expresión, salvar el culo. Hizo señas de que se rendía y el combate fue aplacando, aunque algún maniático por la sangre se hacía el rambo sordo y hubo que aplicarle un tate-quieto.
Después vino el instante que todos tienen fijado en la retina, cuando José de Posadas entregó la espada a un cura como señal de rendición. Ahí un gaucho le gritó “¡tragasables!” y casi se arma de vuelta, pero por suerte no pasó a mayores. En ese momento la cosa se emboló un poco porque Blanes no estaba conforme con las poses y hubo que repetir varias veces la escena.
Fue entonces que para terminar de aplacar los ánimos Artigas se paró y dijo:
-Escuchen compañeros, que voy a decir una frase célebre así que apunten. Mi autoridad... ¡osooooo! No, esa no. Esa queda para otro día más apropiado. Sean los orientales... ¡osoooo! Esta también me la guardo para algún acto cultural-.
-¡Dale que se va a poner el sol, vejiga!-, se escuchó gritar a alguien.
-Bueno, más respeto que es el padre de la patria-, interrumpió otro.
-Está bien. Escuchen y tomen nota: ¡Clemencia para los vencidos!-.
Se hizo un silencio sepulcral. Los caranchos andaban en la vuelta.
-¡En criollo!- solicitó un gaucho mozalbete.
-Que no le peguen a los gallegos que están en el piso -aclaró el jefe de los orientales-. Que no los despachurren al santo pedo. Mantengamos las formas, que tal vez un día la taba se da vuelta y tenemos que ir a pedirles laburo a la península con el rabo entre las patas.
-Ah. Ok, man. Peace and love-, dijo un gringo que había desertado en la época de las invasiones inglesas.
En esa frase de José Gervasio está el origen que muchos ignoran de una típica conducta de los futbolistas celestes, que en términos de ese deporte bien se puede traducir como “si vas ganando no sobrés ni hagas cañitos”, algo que todo futbolista nacido de este lado del río tiene grabado a fuego, especialmente cuando va en desventaja de goles que pronto se transforma en desventaja numérica.
Después de eso, como que la fecha patria fue perdiendo gracia. Hubo algún intercambio de vinchas y camisetas, pero nada más. Así que arranqué despacito para Las Piedras, que en esa dirección estaba el matorral desde donde tenía que pegar la vuelta al presente. Ellos se iban a sitiar Montevideo, que quedaba para el otro lado.

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